Diálogo con Slavoj Zizek y Peter Sloterdijk: La quiebra de la civilización occidental | Nicolas Truong
Occidente
vive una crisis del porvenir: las nuevas generaciones ya no creen que vivirán
mejor que las anteriores. Una crisis de sentido, de orientación y de
significación. Occidente sabe más o menos de dónde viene pero le da trabajo
saber adónde va. Ciertamente, como decía el poeta francés René Char, “nuestra
herencia no es precedida por ningún testamento” y a cada generación le
corresponde dibujar su horizonte. Nuestros tormentos, sin embargo, no son
infundados. El sentido de lo común se fragmentó. Con el “cada uno en lo suyo”,
el sentimiento de pertenencia a un proyecto que trascienda las individualidades
se evaporó. El derrumbe del colectivismo –tanto nacionalista como comunista– y
del progresismo económico dio lugar al imperio del “yo”. El sentido del “nosotros”
se dispersó.
La
idea de partición, de bien común y de comunidad parece volar en pedazos. Sin
embargo, son muchos todavía los que no desean confiar la idea de comunidad a
los comunitarismos que acosan a un planeta desgarrado. Entre ellos se cuentan
Peter Sloterdijk y Slavoj Zizek, filósofos europeos, que aceptaron debatir
públicamente por primera vez sobre estos temas.
Todo
los separa en apariencia. El primero es un seguidor de la filosofía
individualista de Nietzsche; el otro, un marxista allegado a los movimientos
alternativos. El primero es más bien liberal, el segundo, calificado como
radical. Gracias a la fuerza metafórica puesta al servicio de sus audacias
teóricas, Peter Sloterdijk (se pronuncia “Sloterdeik”) se dedica a captar la
época sobre todo gracias a una morfología general del espacio humano, su famosa
trilogía de las “esferas”, que se presenta como un análisis de las condiciones
por las cuales el hombre puede volver habitable su mundo.
Aliando
a Marx con y la trilogía de ciencia ficción Matrix, haciendo malabarismos entre
Hegel y Hitchcock, el pensador esloveno Slavoj Zizek (se pronuncia “Yiyek”) es
una figura notoria de la “filosofía pop”, tan severo con el capitalismo global
como con cierta franja de la izquierda radical, que articula sin cesar las
referencias de la cultura elitista (ópera) y popular (cine) a las grandes
deflagraciones planetarias.
Este
encuentro inédito está relacionado con la publicación concomitante de dos
trabajos destinados a pensar la crisis que atravesamos. Con Vivre la
fin des temps (Flammarion), Zizek analiza las diferentes formas de
aprehender la crisis del capitalismo. Para él, los cuatro jinetes del
Apocalipsis (desastre ecológico, revolución bioenergética, mercantilización
desmesurada y tensiones sociales) están, diezmándolo: la negación (la idea de
que la miseria o los cataclismos “no pueden pasarme a mí”), el regateo (“que me
dejen el tiempo de ver a mis hijos recibidos”), la depresión (“voy a morir,
para qué preocuparme por algo”) y la aceptación (“no puedo hacer nada, mejor
que me prepare”). Y propone alternativas e iniciativas colectivas para recobrar
el sentido de un comunismo despojado de su gregariedad aliado a un cristianismo
liberado de su creencia en la divinidad.
Con Tu
dois changer ta vie (Libella/Maren Sell), Peter Sloterdijk esboza
otras soluciones, más individuales y espirituales. Inspirado por el poema de
Rainer Maria Rilke consagrado a un torso antiguo del Louvre, trata de inventar
en los ejercicios espirituales de los religiosos un nuevo cuidado de sí mismo,
una nueva relación con el mundo. Desde el quebranto del crédito hasta el caso
que derivó en la renuncia del director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn,
un diálogo inédito para cambiar de rumbo. Colectivas o individuales, políticas
o espirituales, las ideas-fuerza de dos pensadores iconoclastas para evitar los
callejones sin salida de la globalización.
Por
primera vez desde 1945, la idea de porvenir está en crisis en Europa. Y a
Occidente le cuesta creer en el progreso, como lo muestran estas nuevas
generaciones que ya no imaginan que vivirán mejor que sus mayores. Desafección
política, crisis económica o crispación identitaria: ¿podemos hablar, para
ustedes, de una crisis de civilización?
Peter
Sloterdijk: ¿Qué queremos decir cuando empleamos
el término “civilización occidental”, en la cual vivimos desde el siglo XVII?
En mi opinión, hablamos de una forma de mundo creada en base a la idea de una
salida de la era del apego al pasado. La primacía del pasado se rompió: la
humanidad occidental inventó una forma de vida inaudita fundada en la
anticipación del porvenir. Esto significa que vivimos en un mundo que se
“futuriza” cada vez más. Creo, por ende, que el sentido profundo de nuestro
“ser en el mundo” reside en el futurismo, que es el rasgo fundamental de
nuestra forma de existir.
La
primacía del porvenir data de la época en que Occidente inventó este nuevo arte
de hacer promesas, a partir del Renacimiento, cuando el crédito ingresó en las
vidas de los europeos. Durante la Antigüedad y la Edad Media el crédito no
desempeñaba prácticamente ningún papel porque estaba en manos de los usureros,
condenados por la Iglesia. El crédito moderno, en cambio, abre un porvenir. Por
primera vez, las promesas de reembolsos pueden ser cumplidas o mantenidas. La
crisis de civilización radica en lo siguiente: entramos en una época en la cual
la capacidad del crédito de inaugurar un porvenir sostenible está cada vez más
bloqueada porque hoy se toman créditos para reembolsar otros créditos. En otras
palabras, el “creditismo” ingresó en una crisis final. Hemos acumulado tantas
deudas que la promesa del reembolso en la cual se funda la seriedad de nuestra
construcción del mundo ya no puede sostenerse. Pregúntenle a un estadounidense
cómo imagina el pago de las deudas acumuladas por el gobierno federal. Su
respuesta seguramente será: “Nadie lo sabe” y creo que ese no saber es el
núcleo duro de nuestra crisis. Nadie en esta Tierra sabe cómo pagar la deuda
colectiva. El porvenir de nuestra civilización choca contra un muro de deudas.
Zlavoj
Zizek: Adhiero totalmente a esa idea de una
crisis del “futurismo” y de la lógica de crédito. Pero tomemos la crisis
económica llamada de las subprimes de 2008. Todo el mundo sabe
que es imposible pagar créditos hipotecarios, pero cada uno se comporta como si
fuera capaz de hacerlo. Yo a eso lo llamo en mi jerga psicoanalítica, una
denegación fetichista: “Sé perfectamente que es imposible, pero de todos modos
voy a tratar...” Sabemos muy bien que no podemos hacerlo, pero actuamos en la
práctica como si pudiéramos hacerlo. Sin embargo, emplearía el término “futuro”
para designar lo que Peter Sloterdijk llama el “creditismo”. El término
“porvenir”, por otra parte, me parece más abierto. La fórmula no future es
pesimista pero la palabra “porvenir” es más optimista. Y aquí no estoy tratando
de dar un nuevo impulso al comunismo de Marx que está emparentado,
efectivamente con un creditismo desmesurado. Para caracterizar nuestra
situación, económica y política, ideológica y espiritual, no puedo dejar de
recordar una historia probablemente apócrifa. Se trata de un intercambio de
telegramas entre los estados mayores alemán y austríaco durante la Gran Guerra.
Los alemanes habían enviado un telegrama a los austríacos diciéndoles: “Aquí,
la situación en el frente es seria pero no catastrófica” y los austríacos
respondieron: “Aquí, la situación es catastrófica pero no seria”. Y eso es lo
catastrófico: no podemos pagar las deudas pero, en cierta forma, no lo tomamos
en serio. Además de ese muro de deudas, la época actual se acerca a una suerte
de “grado cero”. En primer lugar, la enorme crisis ecológica nos impone no
continuar en esta vía político-económica. Segundo, el capitalismo, como sucede
en China, ya no está naturalmente asociado a la democracia parlamentaria.
Tercero, la revolución biogenética nos impone inventar otra biopolítica. En
cuanto a las divisiones sociales mundiales, crean las condiciones de
explotaciones y alzamientos populares sin precedente. La idea de lo colectivo
también se ve afectada por la crisis.
¿Cómo
volver a dar sentido a lo “común” en la hora del individualismo desenfrenado?
S.Z.: Aunque debemos rechazar el comunitarismo ingenuo,
la homogeneización de las culturas, igual que ese multiculturalismo en que se
ha convertido la ideología del nuevo espíritu del capitalismo, debemos hacer
dialogar las civilizaciones y los individuos singulares. A nivel de los
particulares, hace falta una nueva lógica de la discreción, de la distancia, de
la ignorancia incluso. En la medida en que la promiscuidad se ha vuelto total,
es una necesidad vital, un punto crucial.
A
nivel colectivo, es necesario, efectivamente inventar otra forma de articular
lo común. Ahora bien, el multiculturalismo es una falsa respuesta al problema,
por un lado porque es una suerte de racismo denegado, que respeta la identidad
del otro pero lo encierra en su particularismo. Es una suerte de
neocolonialismo que, a la inversa del colonialismo clásico, “respeta” las
comunidades, pero desde el punto de vista de su postura de universalidad. Por
otra parte, la tolerancia multicultural es una engañifa que despolitiza el
debate público, remitiendo las cuestiones sociales a las cuestiones raciales,
las cuestiones económicas a las consideraciones étnicas. Hay también mucho
angelismo en esta postura de la izquierda posmoderna. Es así como el budismo
puede servir para legitimar un militarismo extremo: en los años 1930-1940, el
establecimiento del budismo zen no sólo apoyó la dominación del imperialismo japonés
sino que incluso lo legitimó. Utilizo deliberadamente el término “comunismo”,
pues mis problemas en realidad son los bienes “comunes” como la biogenética y
la ecología.
P.S.: Es necesario encontrar la verdadera
problemática de nuestra era. El recuerdo del comunismo y de esa gran
experiencia trágica de la política del siglo XX nos recuerda que no hay una
solución ideológica dogmática y automática. El problema del siglo XXI es la
coexistencia en el seno de una “humanidad” convertida en una realidad,
físicamente. Ya no se trata del “universalismo” abstracto de la Ilustración,
sino de la universalidad real de un colectivo monstruoso que comienza a ser una
comunidad de circulación real con probabilidades de encuentros permanentes y
probabilidades ampliadas de colisiones.
Nos
hemos convertido como partículas en un gas, bajo presión. La cuestión es de
aquí en más el vínculo social dentro de una sociedad demasiado grande; y creo
que la herencia de las presuntas religiones es importante, porque son las
primeras tentativas de síntesis meta-nacionales y meta-étnicas. La sangha budista
era una nave espacial donde todos los desertores de todas las etnias podían
refugiarse. Del mismo modo, podríamos describir la cristiandad, suerte de
síntesis social que trasciende la dinámica de las etnias cerradas y las
divisiones de las sociedades de clases. El diálogo de las religiones en nuestra
época no es otro que el reformateo del problema del “comunismo”. La reunión que
tuvo lugar en Chicago en 1900, el congreso de las religiones mundiales, fue una
forma de plantear la cuestión de nuestra actualidad a través de esos
fragmentos, esos representantes de cualquier procedencia, los miembros de la
familia humana que se habían perdido de vista después del éxodo africano... En
la era de la concentración, hay que plantear y reformatear todo lo que se pensó
hasta ahora sobre el vínculo de coexistencia de una humanidad desbordante. Por
eso empleo el término “co-inmunismo”. Todas las asociaciones sociales de la
historia son, efectivamente, estructuras de co-inmunidad. La elección de este
concepto recuerda la herencia comunista. En mi análisis, el comunismo se
remonta a Rousseau y a su idea de “religión del hombre”. Es un concepto
inmanente, es un comunitarismo a escala global. Es imposible escapar a la nueva
situación mundial. En mi libro, la diosa o entidad divina que aparece en las
últimas páginas, es la crisis: es la única instancia que posee suficiente
autoridad como para impulsarnos a cambiar nuestra vida. Nuestro punto de
partida es una evidencia aplastante: no podemos continuar así.
S.Z.: Mi idea no consiste tanto en buscar un
“co-inmunismo” como en revitalizar la idea de un verdadero comunismo. Pero,
tranquilícense, se trata más del de Kafka que el de Stalin, más el de Erik
Satie que el de Lenin. Efectivamente, en su último relato Joséphine la
cantante o el pueblo de las ratas, traza la utopía de una sociedad
igualitaria, un mundo con artistas, como esta cantante Joséphine, cuyo canto
reúne, subyuga y deja pasmadas a las multitudes, y que es celebrada sin por
ello obtener ventajas materiales.
Una
sociedad de reconocimiento que mantiene lo ritual, revitaliza las fiestas de la
comunidad, pero sin jerarquía ni gregariedad. Idem para Erik Satie. Sin
embargo, todo parece alejar de la política al famoso autor de las Gymnopédies.
El mismo declaraba componer una “música de amueblamiento”, una música ambiental
o de fondo. Y no obstante fue miembro del Partido Comunista. De todos modos,
lejos de escribir cantos de propaganda, él daba a escuchar una suerte de
intimidad colectiva, justo lo opuesto a la música de ascensor. Y es esa mi idea
del comunismo.
Para
salir de la crisis, usted, Sloterdijk, opta por la reactivación de los
ejercicios espirituales individuales, en tanto que usted, Zizek, insiste en las
movilizaciones políticas colectivas y en la reactivación de la fuerza
emancipadora del cristianismo. ¿Por qué tales divergencias?
P.S.: Yo propongo introducir el pragmatismo en el estudio
de las presuntas religiones: esa dimensión pragmática obliga a mirar más de
cerca qué hacen los religiosos, a conocer las prácticas interiores y
exteriores, que se pueden describir como ejercicios que forman una estructura
de personalidad. Lo que yo llamo el sujeto principal de la filosofía y la
psicología es el portador de las series de ejercicios que componen la
personalidad. Y algunas de las series de ejercicios que constituyen la
personalidad pueden describirse como religiosas.
¿Pero
qué significa esto? Se hacen ejercicios mentales para comunicarse con un
partenaire invisible, son cosas absolutamente concretas que es posible
describir, no hay nada de misterioso en eso. Creo que hasta nueva orden, el
término “sistema de ejercicios” es mil veces más operativo que el término
“religión” que remite a la santurronería estatal de los romanos. No debemos
olvidar que la utilización de los términos “religión” “piedad” o “fidelidad”
estaba reservada en tiempos de los romanos a los epítetos que llevaban las
legiones romanas estacionadas en el valle del Rin y en todas partes. El
privilegio más elevado de una legión era portar los epítetos pia
fedelis, porque eso expresaba una lealtad particular al emperador en Roma.
Creo que los europeos simplemente olvidaron lo que quiere decir religio.
La palabra significa literalmente “diligencia”. Cicerón dio la etimología
correcta: leer, legere, religere, es decir, estudiar
atentamente el protocolo para organizar la comunicación con los seres
superiores. Es, por ende, una suerte de diligencia o en mi terminología, un
código de entrenamiento. Por esa razón creo que “la vuelta de lo religioso”
sólo sería eficaz si pudiera llevar a prácticas de ejercicios intensificados.
Por el contrario, nuestros “nuevos religiosos” no son, la mayoría de las veces,
más que soñadores perezosos. Pero en el siglo XX, el deporte se impuso en la
civilización occidental. No volvió la religión, reapareció el deporte, después
de haber sido olvidado durante casi 1.500 años. No fue el fideísmo sino el
atletismo el que ocupó el primer plano. Pierre de Coubertin quiso crear una
religión del músculo en los primeros años del siglo XX. Fracasó como fundador
de una religión, pero triunfó como creador de un nuevo sistema de ejercicios.
S.Z.: Considerar la religión como un conjunto de
prácticas corporales ya existía en las vanguardias rusas. El realizador
soviético Serguei Eisenstein (1898-1948) escribió un texto muy bello sobre el
jesuita Ignacio de Loyola (1491-1556) como alguien que sistematizó algunos
ejercicios espirituales. Mi tesis sobre la vuelta al cristianismo es muy
paradójica: creo que solamente a través del cristianismo uno puede sentirse
verdaderamente ateo.
Si
consideramos los grandes ateísmos del siglo XX, se trata en realidad de una
lógica totalmente distinta, la de un “creditismo” teológico. El físico danés
Niels Bohr (1885-1962) uno de los fundadores de la física cuántica, recibió la
visita de un amigo en su dacha . Este sin embargo se resistía
a pasar la puerta de su casa por una herradura que estaba clavada –una
superstición para impedir que entraran los malos espíritus. Y el amigo le dijo
a Bohr: “Eres un científico de primer nivel, ¿cómo puedes creer en esas
supersticiones populares?” “¡No las creo!” respondió Niels Bohr. “¿Pero
entonces por qué dejas esa herradura?”, insistió el amigo. Y Niels Bohr tuvo
esta respuesta excelente: “Alguien me dijo que da resultado aunque uno no
crea”. Sería una imagen bastante buena de nuestra ideología actual. Creo que la
muerte de Cristo en la cruz significa la muerte de Dios y que ya no es más el
Gran Otro que mueve los hilos. La única forma de ser creyente, después de la
muerte de Cristo, es participar en vínculos colectivos igualitarios. El
cristianismo puede ser entendido como una religión de acompañamiento del orden
de lo existente o una religión que dice “no” y ayuda a resistir. Creo que el
cristianismo y el marxismo deben combatir juntos la marejada de nuevas espiritualidades
así como la gregariedad capitalista. Yo defiendo una religión sin Dios, un
comunismo sin amo.
El
momento histórico que atravesamos parece estar signado por la ira. Una
indignación que culmina en la consigna “¡Fuera!” de las revoluciones árabes o las
protestas democráticas españolas. Ahora bien, según Zizek, usted Sloterdijk es
demasiado severo con los movimientos sociales que a su criterio provienen del
resentimiento.
P.S.: Hay que distinguir la ira del resentimiento. Hay
toda una gama de emociones que pertenecen al régimen delthymos, o sea,
al régimen del orgullo. Existe una suerte de orgullo primordial, irreductible,
que está en lo más profundo de nuestro ser. En esa gama del thymos se
expresa la jovialidad, contemplación benévola de todo lo que existe. Aquí, el
campo psíquico no conoce trastorno. Si bajamos en la escala de los valores, es
el orgullo de sí mismo.
Bajamos
un poco más y es la vejación de ese orgullo lo que provoca la ira. Si la ira no
puede expresarse, está condenada a esperar para expresarse más tarde y en otra
parte, eso lleva al resentimiento, y así hasta el odio destructivo que quiere
aniquilar el objeto del cual salió la humillación. No olvidemos que la buena
ira, según Aristóteles, es el sentimiento que acompaña al deseo de justicia.
Una justicia que no conoce la ira es una veleidad impotente. Las corrientes
socialistas del siglo XIX y XX crearon puntos de recolección de la ira
colectiva, algo justo e importante. Pero demasiados individuos y demasiadas
organizaciones de la izquierda tradicional se deslizaron hacia el
resentimiento. De ahí la urgencia de pensar e imaginar una nueva izquierda más
allá del resentimiento.
S.Z.: Lo que satisface a la conciencia en el
resentimiento es más perjudicar al otro y destruir el obstáculo que
beneficiarme yo mismo. Nosotros los eslovenos somos así por naturaleza.
Conocerán la leyenda en la que a un campesino se le aparece un ángel y le
pregunta: “¿Quieres que te dé una vaca? ¡Pero cuidado, también le daré dos
vacas a tu vecino!” Y el campesino esloveno dice: “¡Por supuesto que no!” Pero
para mí, el resentimiento, no es nunca la actitud de los pobres. Más bien la
actitud del pobre amo, como Nietzsche lo analizó tan bien. Es la moral de los
“esclavos”.
Sólo
que se equivocó un poco desde el punto de vista social: no es el verdadero
esclavo, es el esclavo que, como el Fígaro de Beaumarchais, quiere reemplazar
al amo. En el capitalismo, creo que hay una combinación muy específica entre el
aspecto timótico y el aspecto erótico. Es decir, que el erotismo capitalista es
mediatizado en relación a un mal timotismo, que engendra el resentimiento.
Estoy de acuerdo con Sloterdijk: en el fondo, lo más complicado es cómo pensar
el acto de dar, más allá del intercambio, más allá del resentimiento. No creo realmente
en la eficacia de esos ejercicios espirituales que propone Sloterdijk. Soy
demasiado pesimista para eso. A esas prácticas auto-disciplinarias, como en los
deportistas, yo quiero agregar la heterotopía social. Por eso escribí el
capítulo final de Vivre la fin des temps, donde vislumbro un
espacio utópico comunista, refiriéndome a las obras que dan a ver y oír lo que
podríamos llamar una intimidad colectiva. Me inspiro también en esas películas
de ciencia ficción utópicas, donde hay héroes errantes y tipos neuróticos
rechazados que forman verdaderas colectividades. Los recorridos individuales
también pueden guiarnos. Suele olvidarse que Victor Kravtchenko (1905-1966), el
dignatario soviético que denunció muy temprano los horrores del estalinismo en J’ai
choisi la liberté y que fue ignominiosamente atacado por los intelectuales
pro-soviéticos, escribió una continuación, J’ai choisi la justice,
mientras luchaba en Bolivia y organizaba un sistema de producción agraria más
equitativo. Hay que alentar a los Kravtchenko que emergen en todas partes,
desde América del Sur hasta las orillas del Mediterráneo.
P.S.: Considero que usted es víctima de la evolución
psico-política de los países del Este. En Rusia, por ejemplo, cada uno carga
sobre sus hombros con un siglo entero de catástrofe política y personal. Los
pueblos del Este expresan esa tragedia del comunismo y no salen de ella. Todo
eso forma una especie de vínculo de desesperación autógena. Yo soy pesimista
por naturaleza, pero la vida refutó mi pesimismo original. Soy, por así
decirlo, un aprendiz de optimista. Y en eso pienso que estamos bastante cerca
uno del otro porque en cierto sentido recorrimos biografías paralelas desde
puntos de partida radicalmente diferentes, leyendo los mismos libros.
El
caso Dominique Strauss-Kahn: ¿es un simple caso de moralidad o un síntoma de un
malestar más importante?
P.S.: Se trata de un caso planetario que supera el hecho
policial. Dominique Strauss-Kahn tal vez sea inocente. Pero esa historia revela
que el poder exorbitante que ostenta un individuo puede crear una suerte de
religión de los poderosos que yo calificaría de panteísmo sexual. Creíamos
haber terminado con los reyes sol. Pero, curiosamente, el siglo XXI multiplica
por diez mil a esos hombres de poder que piensan que todos los objetos de su
deseo pueden ser penetrados por su irradiación.
S.Z.: El único aspecto interesante del caso DSK es el
rumor que circuló de que sus amigos se habrían acercado a la familia de la
supuesta víctima en Guinea para ofrecerle una suma exorbitante de dinero si
Nafissatou Diallo retiraba su denuncia. Si eso es verdad, ¡qué dilema! ¿Qué
elegir, la dignidad o el dinero que puede salvar la vida de una familia,
dándole la posibilidad de vivir en la prosperidad? Eso es lo que resumiría la
verdadera perversión moral de nuestro tiempo.

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