EL REVANCHISTA DESINTERESADO (Apunte sobre Cioran)
Peter Sloterdijk
Se
puede medir la importancia, o al menos la independencia, de un pensador no en
último lugar por el tiempo
que tarda y la calidad
de los medios que empica en librarse de sus imitadores, incluso de aquellos
que se hacen pasar por comentadores fieles o continuadores autorizados de sus
impulsos. Bajo este aspecto, Cioran merecería contarse, sin mayor indagación,
entre los escritores filosófico~ más importantes del siglo xx, pues a diferencia de
las estrellas filosóficas del existencialismo, de la teoría crítica o del post-estructuralismo,
que obtuvieron sus éxitos con la disidencia de la imitación, Cioran ha
invertido enteramente su pasión pensante en su carácter inimitable. Pero el
concepto de importancia no hace justicia al fenómeno Cioran, pues el impulso
fundamental de su pensamiento no es el de
inscribir su nombre en una historia de las ideas o en un relato de grandes
autores; más bien quiere dar satisfacción al orgullo de defender su condición
inimitable frente a discípulos y copistas,
Mientras que los grandes maestros de la moderna cultura de la disidencia
-Heidegger, Sartre, Adorno, Derrida- podían contar sus éxitos en bandadas de
imitadores, Cioran, más orgulloso, demoníaco y desesperado que los mencionados,
reconoció su éxito en desanimar a los potenciales imitadores en el mismo umbral
de intentarlo, Era consciente de que cualquier imitación desemboca en parodia y de que aquel que toma más en
serio sus ideas que el éxito
de éstas las protegerá de la parodia en que su efecto consiste.
La cuestión es por tanto cómo se
consigue pasar de la negatividad imitativa, que hace escuela como compromiso
revolucionario, crítica radical. anarquismo estético y subversión
deconstructiva, a una negatividad inimitable, perfectamente idiosincrásica y,
sin embargo, iluminadora de lo universal. En este contexto, podía recordarse la
diferencia relevante en el monaquismo egipcio y sirio de la antigüedad tardía
entre monjes y anacoretas,
de los cuales, según una observación de Hugn Hall, los primeros existían como
atletas dc la aflicción, y los segundos como ascetas de la desesperación. No
cabe duda que el lugar de Ciaran en esta alternativa habría que buscarlo entre
los anacoretas, apartados y separados de lo terreno. En esta posición no se
trata ya de combatir y transformar lo ente según métodos críticos, sino de
incoar un proceso contra Dios y el mundo, exponiendo ante sus ojos la propia
existencia destrozada como prueba de su fracaso y de su carácter fallido.
Mientras que la negatividad crítica o subversiva tiene el efecto de hacer escuela, en la
medida en que su puesto en lo existente puede ser cartografiado, fundado,
copiado o simulado, la negatividad desesperada se retira en un exilio que no
puede aprenderse, que carece de suelo y es inimitable. En la elaboración de
esta posición exiliada reside la singular fuerza de Ciaran. Es después de Kierkegaard
el único pensador de categoría que ha llegado al conocimiento irrevocable de
que no es posible desesperar según un método seguro.
Quien tenga previsto obtener el doctorado,
que no se tome la molestia de preguntar a Cioran si querría ser tutor de su
trabajo. El distanciamiento del mundo en el teórico crítico, el anarquista
estético o el deconstructivista se basa en cada caso en una reserva, de la que
las respectivas escuelas afirman no sin razón que puede aprenderse, en
determinados límites, de forma metódica. Lo que Husserl denominó epojé, la
ruptura con la actitud natural, no significa sino el ejercicio perfeccionable
de soltarse y salirse de la corriente de la vida gesticuladora, opinadora y
envuelta en las cosas. Incluso en los semblantes más tristes, va acompañada de
la alegría metódica de la actitud teórica contemplativa. Cioran, por el
contrario, trabaja con una epojé patológica, de la que no puede saberse
cómo podría ser copiada o transmitida. Su desarraigo no se funda en una toma de
distancia teórica respecto de la vida normal e ingenua; brota de la maldición
de encontrarse a sí mismo como una anomalía realmente existente. Su reserva es
cualquier cosa menos metódica; es demoníaca. En su caso, la crítica ha sido
precedida por la tortura. Mientras que la teoría crítica al uso, por no hablar
de la teoría positiva al uso, toma distancia respecto del mero ir viviendo para
emancipar al ser pensante de sus condicionamientos y proporcionarle los medios
para resistir a lo real y transformarlo, la teoría desesperada sólo está
interesada en testificar el fracaso del constructo realidad como tal. No toma
distancia de forma arbitraria, sino que esa distancia puede encontrarse ya
antes de toda teoría como el efecto de un padecimiento del ser pensante.
El punto arquimédico de Cioran,
desde el cual saca de sus goznes la visión del mundo normal y su
superestructura filosófica y ética, es el descubrimiento del privilegio de
dormir, del que se benefician como de la cosa más natural todos los demás
espíritus, y entre ellos los que se consideran implacablemente críticos. Su
clarividencia sin precedentes para desencantar la totalidad de los constructos
positivos y utópicos está fundada en el estigma que penetra su existencia: en
un insomnio que sin duda era de carácter psicogénico y que a lo largo de su fase de
fonnación le marcó durante años. Es el insomnio
el que le sugiere al pensador Cioran una epojé envenenada. El insomne sabe, a
diferencia del crítico, que no es dueño de sus premisas. El insomnio no es un
supuesto fabricado, no es un hábito del sujeto que se ejercita, ni una
vacación provisional de la propia vida a favor de una atención pura, ni mucho
menos una preparación teórica para la revolución práctica. Al insomne se le
impone un cuestionamiento de la existencia y sus ficciones que alcanza más
hondo que cualquier deconstrucción meditabunda, subversiva o agresiva. Para el
sujeto insomne se produce de manera no pretendida la evidencia de que todos los
actos tanto de la vida ingenua como de la vida crítica son descendientes del
privilegio de dormir, que permite a quienes lo tienen regresar una y otra vez
la una mínima ilusión vital. El sueño cumple el deseo de alivio que tiene el
hombre cansado mediante discretos hundimientos del mundo; es la pequeña moneda
redentora del mal; su venida responde a la oración natural del cansancio. El apriori
del insomnio de Cioran abre por el contrario para el pensamiento la
posibilidad de que no sea atendido el ruego del sujeto de que se suspenda
temporalmente la coacción de mundo que impone la vida. Es en este sentido la
meditación de lo inaudito, que ha de soportarse como vigilia pennanente. Una
existencia semejante es una tortura en la que el torturador no se identifica y no hace sus preguntas con
precisión. Ya el Cioran temprano piensa desde la posición de una permanente crucifixión
ontológica, que nunca llega al punto en el que
la víctima estuviera autorizada a decir consummatum est. Como el
insomnio no es una obra, ni redentora ni ilustrada, no puede nunca declararse
concluido. El insomne no está clavado en la cruz de la realidad, sino que está
encerrado en la gelatina de la semirrealidad. Hace la experiencia de que lo
gelatinoso es más implacable que lo duro. Si nos estrellamos contra lo duro y hallamos en ello nuestro final,
lo gelatinoso nos quebranta y nos
reserva para continuaciones sin fin. El insomnio es la deconstrucción sin
deconstructivistas.
Cioran ha llamado a menudo la
atención sobre el hecho
de que la emoción característica de su pensamiento y su escritura ha sido la inversión
de una maldición en una distinción. ¿Pero cómo puede el efecto paralizador del
sueño perdido ser invertido en una posición activa? De una doble manera:
transformando el autor, como él mismo dice, su agotamiento en elección, y obteniendo de la vigilia forzosa
un intenso deseo de venganza.
Con ambos virajes, Cioran muestra
ser un
teólogo judeocristiano en el sentido
nietzscheano del
término. Le son por de pronto aplicables en toda su extensión los análisis de Mass
allá del bien y delmal y de
In genealogía
de la moral sobre
el origen del espíritu teológico en el resentimiento. Cioran es de hecho un teólogo
de la furia reactiva que le hace al Dios creador la cuenta de su fracaso, y al mundo creado, la de su
incapacidad para acoger la vida. En el modo de su reacci¡ín, Cioran sc da a
conocer como un oscuro doble de Heidegger. Donde éste ha desarrollado la tesis criptocatólica de que pensar (denken)
significa
agradecer (danken), Cioran
despliega la contratesis gnóstico-negra de que pensar significa vengarse. En
ambos casos, el
pensar es un corresponder: un lógico recoger y devolver aquello que al pensante
le ha sido regalado en la donación del Ser. Pero mientras que el devolver
pensante de Heidegger -según heruico~ inicios-se resuelve en un benevolente y positivo
qucrer-ser-respuesta, en Ciaran permanece un agudo instinto para una
devolución tremenda. Éste tiene claro en todo momento que ahí donde hay todavía
donación, queda siempre también por desenmascarar un donador. Mientras que el
espíritu dcl ontólogo fundamental, exonerado por el sueño, medita agradecido
cada vez de nuevo cl Ser como donador y donación, la conciencia rebelde,
constantemente agudizada por la privación de sueño. se consagra a la tarea de
transformar el veneno
del Ser que su existencia recibe en precisas fuerzas inmunizadoras y de denunciar al envenenador.
Lo que constituye la singularidad
de Cioran es el haber desarrollado una praxis del pensar sistemáticamente
revanchista. No es en condición de vengador por un asunto privado, ni de
humillado u ofendido en sentido sociológico como campea Ciaran contra las
tentaciones del Ser y las invitaciones de la fe, sino en cuanto medio de una
ira trascendente y agente de un escepticismo ofensivo. Es
un Job colérico que
exhibe sus defectos como argumentos contundentes contra el sádico Creador.
Como guardián de una ira escogida es tan desinteresado como jamás pudo serio
el fundador de una orden ascética. Como guardián de su orgullo por esa ira es
tan egomaníaco como jamás pudo serlo un satánico. Su revanchismo filosófico es
el negativo del agradecimiento pensante. Como ningún otro, en este o en
cualquier otro siglo. ha puesto en claro que el pensar es una ocupación
ingrata, especialmente cuando el futuro inteligible pertenece hoy menos que
nunca al pensar que no puede ir más allá de un meditar y un encolerizarse
reactivos, sino al querer que formula proyectos y lleva a cabo empresas. Ciaran
sólo es lúcido en el no-querer, mientras que el querer es para él -igual que para
su pariente lejano Heidegger-un modo extraño. No pisa nunca con pie seguro el
mundo de la voluntad, y durante
toda su vida no quiere saber nada dc pragmatismos. Recela de aquellos que
pueden creer. Su odio va destinado a aquellos que pueden querer.
Su pensar desagradecido ha caído
en lo absurdo porque en él tiene más alcance el impulso de vengarse de Dios que
la creencia en él. Bajo el signo de lo absurdo, Cioran, el hijo de sacerdote.
hizo una anacrónica cosecha tardía de la época de la metafísica religiosa,
inventando para sí el papel del blasfemo vuelto hacia atrás; practicó el derrumbamiento
de ídolos que ya no eran contemporáneos; se recluyó en su buhardilla como un
anacoreta cuyo ascetismo consiste en apilar desengaños. En virtud de su revanchismo Cioran se aferró
toda su vida a una negatividad juvenil, depravada. Fue su temprano y nunca n:vi~ado
orgullo no rebajarse
a la madurez. Es esto lo que hace a sus escritos tan singularmente densos, insistentes y monótonos.
Sabía que su malestar es su fuerza, y que como autor sólo le está permitido
tratar un único lema para no hundirse en lo arbitrario. Lo había comprendido
bastante pronto: su única oporTunidad estribaba en repetirse. La frase crítica
de Sartre de que el vicio es fundamentalmente el amor al fracaso2 retiene
lo que Ciaran había de elegir como divisa. Contra Nietzsche, el otro hijo de
sacerdote dcl que se sigue hablando, ha marcado Cioran, con su persistencia en
la revancha, un punto importante. Si aquél se había entregado al intento de
fundar su pensamiento
por entero sobre impulsos distinguidos, afirmativos y no reactivos, Cioran se
confió al hundimiento
en el infierno de la falta de distinción y de la reacción; del fondo de su
rebajamiento ha traído consigo el descubrimiento de que hay una magnanimidad de
la venganza que rivaliza con el pensamiento de la universal afirmación.
De ahí que sus escritos tengan
efectos terapéuticos. Su claridad en el extravío inmuniza contra la tentación
de abandonarse a la falta de forma. A diferencia de Nietzsche, Cioran no se
condujo como superador de la propia decadencia, acaso porque llegó también a penetrar
la última ilusión de Nietzsche, el sueño enfermizo de la gran salud. Su
decadencia, su morbidez, su estar condenado de antemano al escepticismo, los
aceptó como venenos del Ser, y destiló sus escritos como contravenenos. Los que
saben y los
necesitados pueden hacer de esto el uso que les parezca sabio. Los imitadores,
empero, no encontrarán en la farmacia de Cioran lo que busca su ambición.
Recuerdo
una conversación con el viejo Cioran en la Casa Alemana de la Cité
Universitaire de París a mediados de la década de los ochenta en cuyo
transcurso hice referencia a sus comentarios receloso~ y despreciativos sobre Epicuro. Pareció
comprender enseguida lo que perseguía yo con mi sondeo. Declaró con franqueza
que retiraba su afirmación, que se sentía
ahora muy cercano a Epicuro y que veía hoy en él a uno de los verdaderos
benefactores de la humanidad. La palabra «benefactores», que pronunció en voz baja,
sonó de forma extrañamente importante en sus labios. Por esta vez había
renunciado a cualquier sarcasmo. Acaso en el jardín
de su insomnio había madurado el conocimiento de que requiere un tipo especial
de generosidad permitir a los hombres
retirarse de los frentes de lo real, y de yue esle mundo menos que nunca puede
prescindir de quienes enseñan la retirada. : Nuestro siglo no ha conocido a
otro más decidido que él.

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