Contra la bipolaridad política
La derecha política entiende mejor a la izquierda que la izquierda a la derecha. Puede que esto le sorprenda pero es lo que dicen quienes estudian la psicología que hay detrás de los juicios morales.
Si duda de esa afirmación es posible que sea de izquierdas y todavía vea la confrontación política en dos dimensiones o puede que en el fondo haya en usted un liberal no izquierdista al que ese esquema del mundo le obligó en el pasado a elegir entre dos formas irreconciliables de ver el mundo
Jonathan Haidt, especialista en ética de los negocios, contaba en una entrevista que su interés por la investigación de la psicología moral en política vino al intentar entender la falta de conexión de representantes de izquierdas con buena parte del electorado y cómo los resultados de las investigaciones acabaron convirtiéndole en un centrista. Descubrió que los conservadores tienen una comprensión más ajustada de la naturaleza humana que los progresistas.
La Teoría de los Fundamentos Morales
En la búsqueda del mejor esquema que actualice y explique la confrontación política, la Teoría de los Fundamentos Morales (TFM) basa sus tesis en los resultados de la psicología moral de Haidt, en los estilos cognitivos y en otras aportaciones. La TFM explica más que la división política pero afecta también a esto, lo que la hace especialmente útil cuando los extremos se radicalizan y amenazan con interpretarlo todo a su manera.
Según esta idea, diferentes prioridades morales y estilos cognitivos llevan a las personas a adoptar posiciones políticas. Éstas actúan como mapas del mundo y dan como resultado tres grandes discursos, narrativas o formas de entender el progreso humano y el debate político. En su forma más moderna, estos posicionamientos se remontan al siglo XVIII (Yuval Levin, 2013: The Great Debate), aunque, quién sabe, quizá estuvieran ya presentes bajo otros nombres en otros tiempos.
Según este enfoque, “el gran debate” no sería un tira y afloja entre progresistas y conservadores (izquierda y derecha, el yin y el yang), de igual peso y diferentes valores -tal y como postula la narrativa intermedia-, sino un diagrama de Venn donde los valores de la izquierda son fagocitados como parte de un pensamiento conservador más amplio que se mueve más bien en otra dimensión. De acuerdo con esto, lo que mejor define al conservador no es la resistencia al cambio, sino el respeto por la experiencia, algo que la izquierda no puede ver, al insistir en la superioridad moral de su propio enfoque.
En The Independent Whig encontrarán el informe al completo de este planteamiento. Whig, por cierto, era el nombre con el que se conocía a los liberales británicos clásicos, muy diferente de la acepción que tiene el término liberal en Estados Unidos hoy, asimilados al partido demócrata y equivalentes a los socialdemócratas europeos, de ahí que la traducción correcta de liberal que nos viene de allí sea “de izquierdas” o “progresistas” (según ellos se ven a sí mismos) y no propiamente “liberales”, debido al significado que todavía tiene este término en el continente europeo.
El triángulo de Hayek
Friedrich A. von Hayek era un liberal clásico que se consideraba a sí mismo precisamente eso: un old whig. Cuando escribió el conocido ensayo Por qué no soy conservador, el término “liberal” ya había perdido en Estados Unidos su primer significado hacía tiempo y “libertario” le parecía poco atractivo y rebuscado. Este autor tenía una visión distinta de ese esquema izquierda-derecha que ha terminado por imponerse, pero también distinta del anterior diagrama de Venn, y es posible que en el viejo Mundo sea incluso más adecuada que aquel.
En el citado texto, que se encuentra a modo de post scriptum en Los fundamentos de la libertad, dice su autor:
“Se suele suponer que, sobre una hipotética línea, los socialistas ocupan la extrema izquierda y los conservadores la opuesta derecha, mientras los liberales quedan ubicados más o menos en el centro; pero tal representación encierra una grave equivocación. A este respecto, sería más exacto hablar de un triángulo, uno de cuyos vértices estaría ocupado por los conservadores, mientras socialistas y liberales, respectivamente, ocuparían los otros dos.”
El triángulo en el que parece estar pensando bien podría ser éste:
Como se ve, no es equilátero, y la explicación de que el liberalismo se halle escorado a la derecha, al mismo tiempo que lejos de ella, es justo lo que viene a explicar en ese célebre ensayo.
El liberal se diferencia del conservador -según dejó escrito- porque son éstos una fuerza opuesta al cambio que no ofrece novedad alguna, salvo la de ir asimilando propuestas que la propaganda va haciendo cada vez más populares. Al liberal, por el contrario, no le preocupa el cambio sino que éste vaya en la buena dirección (hacia el vértice superior del triángulo), de ahí la asimetría.
“[El liberal] En realidad se halla mucho más distante del fanático colectivista que el conservador.”
A Hayek le disgustaba el inmovilismo y oscurantismo de la derecha, pero más aún la tendencia liberticida del intervencionismo, que en las décadas previas ya había conducido al totalitarismo, la guerra y el empobrecimiento general.
El liberalismo así entendido es escéptico, a la vez que respetuoso con la naturaleza humana y la diversidad. No atribuye un valor sagrado o eterno a las tradiciones, pero reconoce que pueden tener su sitio, probado a través de la experiencia. A diferencia de ambos, cree en el poder de la libertad para forjar estructuras estables y más pacíficas que aquellas a las que ha dado lugar la planificación a lo largo de la historia. Es el que está vigilante ante el adoctrinamiento en la Educación y los impuestos, y el que más huye de ambos por lo que tienen de imposición del Estado sobre el individuo. Al tener como guía política la libertad, se aleja tanto de los conservadores místicos como de los ingenieros sociales.
En definitiva, ya sean diagramas de Venn o triángulos, la política y el progreso social están lejos de quedar bien representados por ese simple juego de contrarios que poco favorece el mutuo entendimiento. Pero, por supuesto, de nosotros depende abandonar ese esquema o seguir inmersos en él.
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