Todo para nosotros, nada para el resto
Hace
poco, una joven e ingenua política dijo que apelaría a la “solidaridad de los
banco”. Por supuesto, tal cosa no existe. No existe ni siquiera como ideal o
utopía, pues en las utopías no hay banqueros.
Refiriéndose a esa supuesta solidaridad, la dócil ministra adoctrinada
en neoliberalismo nos comunicó de manera implicitica que el Estado no le impondría
condiciones a la élite económica durante la pandemia.
¿Alguien se sorprendió? Aquí no se “nacionalizarían”
las clínicas de manera temporal, como en España o Irlanda. La ayuda económica
del gobierno a las grandes corporaciones no solo vendrían prácticamente exenta
de condiciones, sino que se le daría a la banca privada la prerrogativa de
decidir a quién irían esos préstamos y a quién no. ¿Existiría una mejor manera
de mantener el statu quo?
Mientras los gobiernos de Dinamarca, Polonia o Francia vetaron
cualquier ayuda económica a corporaciones que esconden su dinero en paraísos
fiscales, en el Perú el fisco presta dinero a tasas bajísimas a quienes evitan
a toda costa pagar impuestos ese mismo fisco y a varias compañías
con prontuario criminal. Eso es algo que solo podría
ser tolerado por una ciudadanía extraviada, perdida en el espacio, poco dada a
la lectura y discusión racional; de ahí el estado de nuestra educación. Tu
ignorancia es su progreso.
Luego de cuatro décadas de asalto neoliberal –con sus toneladas de
propaganda- buena parte del mundo parece haber caído en el imbecilismo de
pretender que economía y política podrían ser cosas separadas […].
Cuando los taimados neoliberales hablan de la separación de la política y la
economía, lo que en realidad están haciendo es colocar la economía nacional en
las manos de otros políticos, los del Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional (instituciones no democráticas).
[…]
La
democracia sólo es reconocida como tal si es de derechas. Las élites patearán el tablero y comenzará el boicot. Tienen mucho que perder, por lo que su destino es vivir
atemorizadas de unas masas que podían, democráticamente, cambiar el
panorama nacional de un momento a otro de manera sustancial y perfectamente
legítima. Por eso deben mentir muchísimo, controlar los
medios de comunicación y renovar constantemente las justificaciones para
la terrible desigualdad en la que radica su privilegio. Pero sus
justificaciones se agotan.
Y ese populismo –que en esta columna significa lo opuesto
a elitismo y nada más- llegará con toda seguridad. La
razón es muy sencilla: las mismas élites lo producirán. Debemos destacar
la absurda idea de que ellas estarían integradas por gente más capaz, más
inteligente, quienes corregirán la situación. Más bien, deberíamos preguntarnos
si ese complejo de superioridad y esa altanería con la que los ideólogos del
neoliberalismo repiten su dogma caduco en “El Comercio” y sus anexos no son, justamente,
una clara muestra de medianía, de empantanamiento
intelectual. Esa mediocridad y su tradicional
mezquindad son las garantías de que, más temprano que tarde, aquí también
ocurrirá lo sucedido en Chile o Francia (donde la gente tiene claro, por fin,
que el gran problema son sus élites).
Todo
eso no quiere decir que las élites internaciones no planeen un cambio. Al
contrario, saben perfectamente que esto ya no da para más –conocen la historia-
y ahora intentarán dirigir al mundo hacia la siguiente forma
de estafa que les permita conservar su posición en lo alto de la
pirámide. Eso es lo fundamental, no es el “progreso”.
El “gran reseteo” planeado por el World Economic Forum para el futuro pospandemia le indicará el
camino a seguir a las élites subordinadas del tercer mundo.
Dado
que dicha entidad planea promover un “nuevo contrato social que honre la
dignidad de cada ser humano” (eso dicen), nuestras
élites y sus ideólogos de “El Comercio” no entenderán nada, les sonará a “comunismo”,
se opondrán terca y estúpidamente hasta que a los más encumbrados les llega la
orden de afuera: “este es el nuevo plan de las élites capitalistas globales,
espabílense de una vez y sígannos la corriente”. Entonces veremos a los más
rancios protectores del gran dinero convertirse en progresistas alucinados.
EL
COLOGIO WALTER LIPPMANN
La
historia es cíclica. El anquilosamiento y declive del liberalismo decimonónico,
como doctrina político-económica dominante –lo que está sucediendo ahora mismo
con el neoliberalismo-, se debió a la gradual mutación de esa doctrina en
conservadurismo. El coloquio referido en el subtítulo, de 1938, se dio
justamente como un intento de renovación del liberalismo. Algo muy parecido a lo
que se criticaba entonces se está dando en nuestros días, pues el efecto concreto
del discurso ”liberal” del monopolio mediático y entidades como la CONFIEP o el
Instituto Peruano de Economía es, justamente, garantizar el statu quo. Sus patrones mercantilistas –clientes
de Keiko Fujimori y varios expresidente corruptos- así lo demandan.
Como
comenta Héctor Guillén Romo en “Los orígenes del
neoliberalismo…”, Walter Lippmann, filósofo y periodista norteamericano
y uno de sus más tempranos promotores, consideraba que “el liberalismo
(decimonónico) que encarnó el ideal de la emancipación humana… se trasformó
progresivamente en un conservadurismo estrecho que
se oponía a todo progreso de las sociedades en nombre del respeto absoluto del
orden natural. Habiendo admitido que no existían leyes sino un orden natural
proveniente de Dios, los liberales sólo podían predicar la adhesión alegre o la
resignación estoica”.
Podemos
suponer que lo primero era para los ricos y lo segundo para los pobres.
En
palabras del mismo Lippmann: “…es con justa razón que se burlaron del
conformismo de estos liberales. Tenían probablemente tanta sensibilidad como
los otros hombres, pero sus cerebros habían dejado de funcionar. Afirmando en
bloque que la economía de intercambio era libre, es decir, situada fuera de la
jurisdicción del Estado, se metieron en un callejón sin salida”.
Hoy,
el callejón sin salida del neoliberalismo es la desigualdad. Ella sigue siendo
atribuida, igual que hace siglos, a un orden natural. Y al hablar de
desigualdad, por lo general en términos absolutos, los taimados neoliberales
evitan tocar el asunto fundamental: el grado de desigualdad.
“Si
la propiedad privada está tan gravemente comprometida en el mundo –dice Lippmann en su texto “The good society” (1937) es
porque las clases poseedoras, resistiendo a toda modificación de sus derechos,
provocaron un movimiento revolucionario que las tendió a abolir. Luego: “el socialismo se desarrolló aprovechando la petrificación
conservadora de la doctrina liberal puesta al servicio de los intereses económicos
de los grupos dominantes”.
Más
claro ni el agua y un calco de nuestros días. El Coloquio Walter Lippmann,
donde participarían Friedrich Hayek, Ludwing Mises, Wilham Röpke y otros padres
del neoliberalismo, criticaría ese liberalismo pretérito para fundar sobre sus
cenizas el orden neoliberal –como ellos mismos lo definieron-, uno que, “a
diferencia del laissez-faire
manchesteriano del siglo XIX, fuera capaz de darle solución al “problema social”.
Las
preguntas que se planteó el coloquio de 1938 deberían ser revisadas nuevamente
por aquellos que realmente tienen una vocación por la doctrina liberal, no ya
por los propagandistas de la élite y otros mercaderes del statu quo: ellos venderían con el mismo entusiasmo el comunismo si
esa fuera la ideología de sus patrones. Una de esas preguntas, pues, vuelve a
nuestros días para atormentar a los neoliberales. “¿La
declinación del liberalismo es inevitable como resultado de la tendencia a la concentración
de las empresas y grandes capitales?”
Lippmann
y muchos otros promotores de una renovación liberal también sostendrían que el
Estado debía combatir el monopolio y favorecer la competencia, principios
elementales del credo neoliberal. En el Perú vivimos
bajo la bota de varios monopolios y eso no les impide a sus dueños y a
los empleados de esos dueños escribir artículos de opinión “liberales”. ¡Son
unos completos hipócritas! Nuestros “liberales” criollos, más bien, parecen
andar por la vida pregonando la vil máxima que Adam
Smith les atribuía a los “amos de la humanidad”.
¿Los amos de la humanidad? ¿Habrá sido Smith un teórico de la conspiración?
Desgraciadamente,
la supuesta renovación del liberalismo –con las reuniones de la Sociedad Mont
Pellerin de la década de 40- sería financiada por esos
mismos amos tradicionales, quienes se sentían amenazados por el avance del colectivismo
en el mundo. El liberalismo trucho de nuestros días
se refiere a su libertad, no a la nuestra. Según el historiador y
economista David Harvey: “(la) neoliberalización no fue muy efectiva
revitalizando la acumulación capitalista global, pero sí ha tenido un éxito
admirable restaurando o, en algunos casos (como China y Rusia), creando el
poder de la élite económica… El utopianismo teórico del argumento liberal…
funcionó primeramente como un sistema de justificación y legitimación de lo que
sea que fuera necesario para lograr ese objetivo”
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