Nietzsche "De las moscas del mercado"
De las moscas del mercado
Friedrich Nietzsche
¡Huye, amigo mío, a tu soledad! Ensordecido te
veo por el ruido de los grandes hombres, y acribillado por los aguijones de los
pequeños.
El bosque y la roca saben callar dignamente
contigo. Vuelve a ser igual que el árbol al que amas, el árbol de amplias
ramas: silencioso y atento pende sobre el mar.
Donde la soledad acaba, allí comienza el mercado;
y donde el mercado comienza, allí comienzan también el ruido de los grandes
comediantes y el zumbido de las moscas venenosas.
En el mundo las mejores cosas no valen nada sin
alguien que las represente: grandes hombres llama el pueblo a esos
actores.
El pueblo comprende poco lo grande, esto es: lo
creador. Pero tiene sentidos para todos los actores y comediantes de grandes
cosas.
En torno a los inventores de nuevos valores gira
el mundo: - gira de modo invisible. Sin embargo, en torno a los comediantes
giran el pueblo y la fama: así marcha el mundo.
Espíritu tiene el comediante, pero poca consciencia del espíritu. Cree
siempre en aquello que mejor le permite llevar a los otros a creer - ¡a creer
en él!
Mañana tendrá una nueva fe, y pasado mañana, otra más nueva. Sentidos
rápidos tiene el comediante, igual que el pueblo, y presentimientos cambiantes.
Derribar - eso significa para él: demostrar. Volver loco a uno - eso
significa para él: convencer. Y la sangre es para él el mejor de los
argumentos.
A una verdad que sólo en oídos delicados se desliza llámala mentira y nada.
¡En verdad, sólo cree en dioses que hagan gran ruido en el mundo!
Lleno de bufones solemnes está el mercado - ¡y el pueblo se gloría de sus
grandes hombres! Estos son para él los señores del momento.
Pero la hora los apremia: así ellos te apremian a ti. Y también de ti
quieren ellos un sí o un no. ¡Ay!, ¿quieres colocar tu silla entre un pro y un
contra?
¡No tengas celos de esos incondicionales y apremiantes, amante de la
verdad! Jamás se ha colgado la verdad del brazo de un incondicional.
A causa de esas gentes súbitas, vuelve a tu seguridad: sólo en el mercado
le asaltan a uno con un ¿sí o no?
Todos los pozos profundos viven con lentitud sus experiencias: tienen que
esperar largo tiempo hasta saber qué fue lo que cayó en su profundidad.
Todo lo grande se aparta del mercado y de la fama: apartados de ellos han
vivido desde siempre los inventores de nuevos valores.
Huye, amigo mío, a tu soledad: te veo acribillado por moscas venenosas.
¡Huye allí donde sopla un viento áspero, fuerte!
¡Huye a tu soledad! Has vivido demasiado cerca de los pequeños y mezquinos.
¡Huye de su venganza invisible! Contra ti no son otra cosa que venganza.
¡Deja de levantar tu brazo contra ellos! Son innumerables, y no es tu
destino el ser espantamoscas.
Innumerables son esos pequeños y mezquinos; y a más de un edificio orgulloso
han conseguido derribarlo ya las gotas de lluvia y los yerbajos.
Tú no eres una piedra, pero has sido ya excavado por muchas gotas. Acabarás
por resquebrajarte y por romperte en pedazos bajo tantas gotas.
Fatigado te veo por moscas venenosas, lleno de sangrientos rasguños te veo
en cien sitios; y tu orgullo no quiere ni siquiera encolerizarse.
Sangre quisieran ellas de ti con toda inocencia, sangre es lo que sus almas
exangües codician - y por ello pican con toda inocencia.
Mas tú, profundo, tú sufres demasiado profundamente incluso por pequeñas
heridas; y antes de que te curases, ya se arrastraba el mismo gusano venenoso
por tu mano.
Demasiado orgulloso me pareces para matar a esos golosos. ¡Pero procura que
no se convierta en tu fatalidad el soportar toda su venenosa injusticia!
Ellos zumban a tu alrededor incluso con su alabanza: impertinencia es su
alabanza. Quieren la cercanía de tu piel y de tu sangre.
Te adulan como a un dios o a un demonio; lloriquean delante de ti como delante
de un dios o de un demonio. ¡Qué importa! Son aduladores y llorones, y nada
más.
También suelen hacerse los amables contigo. Pero ésa fue siempre la astucia
de los cobardes. ¡Sí, los cobardes son astutos!
Ellos reflexionan mucho sobre ti con su alma estrecha, - ¡para ellos eres
siempre preocupante! Todo aquello sobre lo que se reflexiona mucho se vuelve
preocupante.
Ellos te castigan por todas tus virtudes. Sólo te perdonan de verdad - tus
fallos.
Como tú eres suave y de sentir justo, dices: «No tienen ellos la culpa de
su mezquina existencia». Mas su estrecha alma piensa: «Culpable es toda gran
existencia».
Aunque eres suave con ellos, se sienten, sin embargo, despreciados por ti;
y te pagan tus bondades con, daños encubiertos.
Tu orgullo sin palabras repugna siempre a su gusto; se regocijan mucho
cuando alguna vez eres bastante modesto para ser vanidoso.
Lo que nosotros reconocemos en un hombre, eso lo hacemos arder también en el. Por ello ¡guárdate de los pequeños!
Ante ti ellos se sienten pequeños, y su bajeza arde y se pone al rojo
contra ti en invisible venganza.
¿No has notado cómo solían enmudecer cuando tú te acercabas a ellos, y cómo
su fuerza los abandonaba, cual humo de fuego que se extingue?
Sí, amigo mío, para tus prójimos eres tú la conciencia malvada: pues ellos
son indignos de ti. Por eso te odian y quisieran chuparte la sangre.
Tus prójimos serán siempre moscas venenosas; lo que en ti es grande - eso
cabalmente tiene que hacerlos mas venenosos y siempre más moscas.
Huye, amigo mío, a tu soledad y allí donde sopla un viento áspero, fuerte.
No es tu destino el ser espantamoscas.
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