Cicerón "El orador"

 

El orador[1]

Cicerón

 

Obra publicada en el 46 a.C. El destinatario es Bruto.

No hay un único estilo bueno para ser orador o escritor

Ninguno de ellos es por sí mismo el mejor.

Decorum: buen orador tiene repertorio para públicos diversos

El estilo consiste en hacer en cada momento lo conveniente.

“El orador debe mirar lo conveniente no sólo en las ideas, sino también en las palabras. Y es que las personas con diferentes circunstancias, con diferente rango, con diferente prestigio personal, con diferente edad, y los diferentes lugares, momentos y oyentes no deben ser tratados con el mismo tipo de ideas; hay que tener en cuenta […] qué es lo conveniente, y lo conveniente depende del tema y de las personas” (p. 59)

Cicerón asume –como Platón- que existe un único bien en sí mismo universal (no dice cuál), pero el orador debe saber qué conviene en cada momento.

“¡Cuán poco conveniente es, en efecto, cuando se habla ante un juez de goteras, utilizar palabras solemnes y cuestiones generales, y, cuando se habla de la grandeza del pueblo romano, hablar con sencillez y llaneza!” (p. 59)

Sin contenido la fuerza de la palabra es nula, y sin forma el contenido puede ser rechazado.

 “Ni siempre, ni ante todos los auditorios, ni contra todos los adversarios, ni en todas las defensas, ni para todos, se debe hablar […] de la misma forma. Será, pues, elocuente aquel que pueda acomodar su discurso a lo que es conveniente en cada caso” (p. 82).

Zenón decía que la dialéctica era una mano apretada en forma de puño, y la elocuencia era esa mano extendida.

“[Bruto] Consigues incluso que se vayan con conciencia de recibir justicia y apaciguados aquellos contra los cuales te has pronunciado” (p. 42)

El mejor orador es el que sabe mezclar, el que se mueve en el género jurídico, pero toma recursos del género demostrativo y domina la elocución (expresión).

 

 

Hay tres estilos

 

1) Preciso

2) Mesurado

3) Grandilocuente

 

 

1) Preciso

(para demostrar una tesis)

Frases cortas, muy cuidadas, elegantes. Sin las decoraciones de la elocuencia: discreto en las metáforas. Moderado en el uso de arcaísmos. No hará hablar al Estado, ni resucitará a los muertos.

Puede ser mordaz y ridiculizar al oponente, pero no con demasiada frecuencia para que no se llegue a la bufonería. Tampoco ser obsceno. Evitar las gracias rebuscadas que no le han nacido espontáneamente, utilizar las ya traídas de casa, pues son frías.

Sólo clavará sus dardos en el enemigo

Sobre el estilo preciso: “El que en aquel estilo sencillo y agudo ha llegado a hablar con habilidad y agudeza sin pensar en metas más altas, si ha conseguido la perfección, aunque sólo sea en ello, es un gran orador, pero no el más grande;  no resbalará y, una vez que se asiente, no caerá” (p. 69)

“molesta más lo demasiado que lo poco” (p. 59)

 

2) Mesurado

(para agradar)

 

3) Grandilocuente

(elocuente y vehemente para convencer)

Amplio, abundante, grave, adornado. Mayor fuerza. Elegancia y abundancia de palabra que admira la gente. Debido a este estilo, los oradores han podido tener poder en las ciudades, marchar en carros majestuosos, conducir corazones.

De mucha altura se cae grave.

Este orador debe mezclar los otros estilos para no ser despreciable. El orador preciso, puesto que habla con agudeza y astucia, es ya sabio. El mediano es agradable. Pero el grandilocuente, si no es algo más, a duras penas suele ser considerado como un hombre sano. “El que no es capaz de decir nada con tranquilidad, […] introduciendo clasificaciones, definiciones y distinciones, […], si se pone a calentar el tema sin haber preparado antes los oídos del auditorio, dará la impresión de ser un loco […] y de […] andar borracho tambaleándose en medio de sobrios” (p. 70)

Excita los corazones.

Consigue que el juez se irrite y ablande, que se ponga a favor y en contra, que  desprecie y admire, que odie y ame, que se aflija y alegre. La acusación aducirá ejemplos de crueldad y la defensa ejemplos de dulzura.

“No es la fuerza de mi talento, sino la enorme violencia de mi sentimiento la que me inflama, hasta el punto de ser incapaz de contenerme a mí mismo; y nuca se inflamará el auditorio, si no llega a él un discurso inflamado” (p. 86)

En la medida que sube en importancia el contenido así también subirá el tono del discurso.

Que se hable suavemente a favor de los clientes y duramente contra los adversarios.

Repite muchas veces y de muchas formas la misma idea.

Quitará importancia a algunos puntos y ridiculizará con frecuencia. Se responderá a sí mismo como si se le preguntara. Hará caer en su adversario lo que se le achaca a sí mismo, dará de vez en cuando la impresión de que está deliberando con el auditorio, e incluso con su adversario, hará hablar a seres sin voz, provocará intencionalmente la hilaridad, se adelantará a las objeciones, utilizará ejemplos, cortará al que interrumpa, mostrará cólera, reprochará, pedirá perdón, suplicará, hará votos, hará execraciones, intimará, meterá las cosas en los ojos, será con frecuencia gracioso, imitará la vida.

 

 

Clave

El orador debe de tener en cuenta tres cosas

1.      qué decir (invención)

2.      en qué orden (memoria)

3.      cómo (elocución)

 

 

Elocución

1.      Gestos y movimiento del cuerpo

Los gestos muestran nuestro comportamiento en general. (p. 64)

No muecas, los gestos insinúan en qué sentido se pronuncia cada tema.

Expresión del rostro y posición del cuerpo son elocuentes. Voz y movimientos.

El orador adoptará un tono de voz según el sentimiento que quiera dar la impresión que le afecta y que quiera provocar en el ánimo del oyente.

Pronunciar con tono agudo las partes violentas, con tono bajo las partes calmadas. Parecer grave con tonos profundos y apasionado con inflexiones de voz.

El orador tiene un canto disimulado. Voz dulce y clara. Placer de los oídos.

El porte debe ser erguido. Movimientos moderados. Nada de flacidez en el cuello.

El rostro aporta dignidad y gracia. Con los ojos se templa la expresión.

 

 

 

 

2.      Elocución

El orador perfecto sobresale sólo en la elocución, en las demás cosas no.

(En filosofía no puede encontrarse el orador elevado. El filósofo analiza las consecuencias lógicas, las contradicciones y distingue lo ambiguo.

Los filósofos “se dirigen a personas cultas, con la intención más de apaciguar sus sentimientos que de excitarlos, y hablan de temas apacibles y en absoluto excitantes, para instruir, no para seducir. […] El estilo filosófico es suave y sombrío, sin frases ni palabras dirigidas al pueblo […], en él no hay ira, ni envidia, ni violencia, ni pasionalidad, ni enrevesamiento; es, en cierto modo, una doncella casta, reservada y sin tacha. Por ello, lo suyo se llama más bien plática que discurso” (p. 55) )

 

Es necesario que los que discuten logren un acuerdo sobre qué se discute.

 

“El recuerdo del pasado y el recurso a los ejemplos históricos proporcionan, con gran deleite, autoridad y crédito a un discurso” (p. 80)

 

 

“Introducir el discurso con un exordio, en el que se debe atraer la simpatía del auditorio, despertar su atención y prepararle para que se deje enseñar; exponer los hechos con brevedad, verosimilitud y claridad, para que se pueda entender de qué trata el asunto. […]. Cerrar con una peroración que encienda o apague” (p. 81)

 



[1] CICERÓN. El orador. Traducción de E. Sánchez Salor. Madrid: Alianza Editorial, 2004.

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